lunes, 22 de junio de 2009

CUADRO DE HORROR RUIDOSO 001

GRUPOS Y MÚSICOS DESTACADOS EGRESADOS DE LA ACADEMIA MUSICAL DE LA UNIVERIDAD INVISIBLE

POR: CAPITÁN PIJAMA

JUANCHO “EL RIJOSO” Y SUS TRAGABALAS

En el estado de Guerrero, en la zona conocida como La Cañada del Zopilote nació Juan Pablo José Rubiroaga Bienverde en el año del Señor de 1978. De hecho el parto produjo gemelos, pero uno de ellos estaba muerto, con muchas magulladuras y moretones, como si adentro del seno materno algo violento hubiera pasado y quizá por ello su mamá, Doña Cecilia Teresa Bienverde ex-de Rubiroaga (ni viuda, ni divorciada, ni madre soltera, simplemente Don Jacinto Rubiroaga un día desapareció, sin dejar recado) se quejaba de tantos dolores. Por lo tanto, Juan terminó siendo hijo único, bien consentidote y conflictivo desde muy pequeño.

En la escuela era un desastre, pero sus maestras, que pertenecían a la Sección IV Magisterial Atila del Sindicato de Trabajadores del la Educación Iván Vasíllevich (también conocido como “El Terrible”) pensaban que en Juancito/Juanchín tenían la semilla de un futuro y muy prometedor agitador, por lo cual lo ayudaron a ir pasando lentamente de año en año, aunque no diera una ni en español. Sin embargo, decepcionando a sus profesores y abnegda madre, Juan se largó (como su papá) dejando, él sí, un mensaje que decía exactamente (la mamá me prestó el original pero no me dejó escanearlo): “Me boi para acerme rico y famoso. Me late eso de las gitarras elektricaz ya me beran en la tele un dia.

Y así se largó de lo que desde hace añales se conoce como Zumpango del Río, en el hoy estado de Guerrero, mundialmente conocido por su famosa Cañada del Zopilote. Llegó al Distrito Federal en un autobús Flecha Roja (siempre fue temerario) y en un vagón del metro vio un cartel que publicitaba una escuela de música, llamada Martillo, o algo así. Memorizó el teléfono para pedir informes y ver si ahí le aclaraban algo respecto a esas cosas llamadas DOREMI y quién sabe qué más.

Habló a esa escuela desde un teléfono público, afuera de la estación del metro Copilco. Le dieron una dirección y se presentó lo más pronto que pudo. Estaba cerca porque se bajó en Copilco gracias a la recomendación que le dio uno de los tantos tipos que se subieron a cantar al vagón.

Estamos hablado del año 2005. La explicación de esta fecha es muy sencilla: Juan se fosilizó en la primaria, repitiendo muchas veces el mismo grado escolar, en parte porque no entendía nada de nada, en parte porque los rojillos maestros lo estaban “trabajando” (pero no solidificaba plenamente) y en parte porque una trabajadora social le había agarrado (es un decir) mucho afecto.

Cuando entró a las instalaciones de aquél templo del conocimiento musical Juan no sintió nada, excepto que tenía hambre. Vio gente joven en diferentes grados de payasez estilística, una recepcionista masticando chicle y de pronto se le acercó un tipo tendiéndole la mano y preguntándole en qué le podía ayudar. Juan le dijo de forma muy concisa que lo suyo era tocar la guitarra para hacerse rico y famoso.

Lo pasaron a un saloncito donde le dieron una guitarra de madera que de inmediato estrelló contra la pared y a gritos les dijo que él quería tocar una de esas muy bonitas, de colores, con un cable y que podían sonar rete fuerte. Oyó la pregunta “¿eléctrica?” y pensó en su casa, en la licuadora, el micorondas, la tele, el tostador de pan y simplemente se encogió de hombros. Entonces lo llevaron a otro saloncito, un poco más grande, con las paredes como acolchadas. Le hicieron sentarse en un banco y le dieron una de esas guitarras que tanto le gustaban (era una Fender Stratocaster negra, coreana) para derecho, pero él se la acomodó como zurdo porque así se le daba mejor. El fulano que le dio la guitarra intentó cambiársela de posición y Juan le dio una patada, no muy fuerte, en los güevos. El tipo se fue como encogido y en un par de minutos llegó uno medio amigable, le puso un cable a la guitarra, enchufó el otro extremo en una caja entre negra, grisecita y plateada (un ampli Fender), luego apretó un botón, se prendió una lucecita roja y le dijo, “a ver tócate algo.”

¡Y que se arranca!

Le dio durísimo, pisando unos acordes sacados quién sabe de dónde y que hubieran provocado que los mismos Thurston Moore y Lee Ronaldo (ver Sonic Youth, en la wikipedia.com) le suplicaran para que les diera las recetas de semejantes afinaciones alternativas. Pero como ellos no estaban ahí, terminaron sacando a la mala a Juan de la escuela de música Martillo. No estaba desconcertado ni molesto porque el hambre que sentía era dada vez más canija. De pronto un greñudo, joven y atolondrado, le tocó por la espalda diciéndole algo así como: “oyecarnalchidoesoquetocastevamosaserunabanda…” Juan le respondió con un gesto que universalmente suele ser reconocido como señal de que urge comer algo. El desconocido le dijo, sin respirar, rapidísimo “salebatoaquícercahayunastortugasdelujoteinvito…” A Juan no le gustaba mucho la carne de tortuga, aunque en Guerrero había probado de todo. Prefería la iguana. Aún así se dejó llevar para descubrir que la susodicha tortuga era más bien una mega tortota que tras devorarla dejó de ver los puntitos que andaba viendo hacía rato y lo mareado se le quitó.

Para no hacer la historia larga y densa (no se trata de una película de Bergman precisamente) resultó que el ahora amigo de Juan se llamaba Elbeto, tocaba la batería y tenía unos amigos que andaban formando con él un grupo de rock. Invitó a Juan a un ensayo para ver si se animaba a entrar en la banda. Juan, hasta esos días (luego cambió mucho) era incapaz de decir “no”.

En un sofocante cuarto de azotea, en la colonia Mártires del Crecimiento Urbano, Juan conoció a Espiridión Aguinaldo Vaca “Piri” (bajista), Imenacia “Nacha” Balmori (voz y pandereta), Nicéforo “Niky” Echeverría (teclados) y Flusicuásico “Flu” Saldívar (saxofón y violín) quienes junto a Elbeto acababan de formar el grupo “Pildoritas Milagrosas”, con un estilo todavía indefinido, pero como queriendo tirar a una especie de Neo-Gótico-Montañero-Punketo (según dijo la Nacha luego de aspirar algo que había dentro de un frasquito y ponerse chapeadita en un instante.)

Juan dijo que mejor tocaran una canción (así dijo, CANCIÓN). Y lo hicieron, una llamada “Matatena Mátate a Ana”. Antes de que terminaran, Juan salió como tristón hacia la calle. Aquello no era ni de cerca lo que él soñaba con tocar, esos sonidos que traía dentro de su cabeza, que lo obsesionaban pero no podía definir, esas letras que cambiarían la forma de pensar de la gente (para bien o para mal)… Y, además, menos tenía un nombre para esa música que hervía en su imaginación.

Por un momento, pensó irse a la terminal de autobuses y regresar a su terruño, allá por entre Iguala y Chilpancingo y quizá dedicarse al abigeato (otra vez, consulten la wikipedia, no dispongo de tanto espacio).
Sin embargo la Nacha salió corriendo detrás de él, lo hizo pasar a un callejoncito, poniéndolo contra la pared, y comenzó a hacerle cosas que él había visto en películas puercas pero nunca practicado porque, a sus 27 años de edad Juan era, sí, virgen. Lo de regresar a la Cañada del Zopilote se le olvidó de inmediato.

Elbeto lo animó a pasar la noche en su depa, con su familia, en la colonia Tzompantli. Cenó huevos con chorizo y atole de vainilla. Durmió plácidamente sin darse cuenta de que incomodó durante casi toda la noche a la familia de Elbeto con una pedorrera inusitada e interminable pero que fue sin querer. Tantas emociones en un sólo día.

A la mañana siguiente Elbeto lo llevó a las calles de Bolívar y Mesones para comprarle una guitarra eléctrica, baratona, total, con una pedalera de segunda pata podría hacer que sonara tan desgraciadamente infecta como sabía que Juan era capaz de hacer sonar a una guitarra. Y, por supuesto, aún siendo zurdo, compró una para derecho. Elbeto pagó con una tarjeta de crédito muy bonita.

El primer ensayo no lograba agarrar rumbo, ni rumba. Juan empezó a ponerse coloradote y a resoplar raro, como si se le anduviera metiendo el chamuco. Sabia, como casi todas las mujeres y mañosa como todas, Nacha sacó de un morral un como confeti con un tigrito dibujado, se lo puso en la punta de la lengua a Juan y en menos de lo que se afina un mariachi la vida de Juan cambió para siempre (otra vez, para bien y para mal.) Como cuando en la pelìcula el Mago de Oz la vida de Dorothy pasa del blanco y negro al total color.

Me resulta ocioso intentar describir el viaje lisérgico que se aventó Juan. Mejor los remito a que vean las pelis The Trip y Altered States para que se den una idea.

A los tres días aterrizó. Muy cambiado. Al grado de que sus compañeritos del grupo le decían, ¿Eres tú, Juan? El aludido bostezó como un león y de pronto entró en un estado arrebatador, muy testosterónico de macho alfa en mal plan y gritó: ¡NO, carajo… soy JUANCHO! Y ustedes tragan balas!

Tuvo todavía una especie de desliz de decencia para avisarles que se iba a retirar unos días para componer la nueva música que el grupo tocaría y que, de perdida, en menos de un mes los llevaría a una entrevista en Telehit.

Regresó en menos de un mes. Con un apecto físico tandescuidado que seguramente Rebeca De Alba no le hubiera dedicado ni tantita atención, pero cargado con unas composiciones que cuando se las tocó al grupo, cantando incluso, la banda reaccionó de diferentes formas: Elbeto lloró emocionado, Piri salió iracundo, azotando la puerta, Nicky vomitó poquito (no había ni cenado ni desayunado), Flu aplaudió entusiasmadísimo y Nacha mojó sus pantis pero no con pipí.

En ese momento nació JUANCHO Y SUS TRAGABALAS, primer grupo de Machote Rock. El mundo de la música no volvería a ser el mismo, aunque muy poca gente lo notara.

Comenzaron a ensayar (Piri cambió de actitud y regresó al ratito de su dramática salida.) Me parece irrelevante señalar aquí si durante esos ensayos, que terminarían convirtiéndose en el primer álbum del grupo, el grupo consumía drogas o no. Lo que sí está plenamente confirmado científicamente es que comer jícamas con limón y chile piquín no produce estados alterados de conciencia que expandan la creatividad, nada más provoca agruras. Y ellos no comieron una sola jícama durante esas sesiones.

Al cabo de unos tres meses de ensayos, en promedio unas diez horas diarias, lograron dominar su nuevo repertorio que incluía las piezas: “Reventando cráneos”, “Méndigas Viejas” (cabe aclarar que tuvieron que persuadir severamente a Nacha para aceptar esta rola, ella particularmente se oponía a la frase ‘El hombre descendió del mono, y la mujer descendió mucho más’ usada como coro), “El mundo es mi orinal”, un cover de “La Dama y el Judicial” (de Valentín Elizalde), “¿Ontá mi chaleco anti-balas?”, “El blues del Masca-Nenes”, “A ver, pónte así” (inspirada en la novela de Andréu Martín), “Zopilotito, Zopilotón” (quizá la que prometía tener más potencial comercial, “¡Cállate el hocico”!, “Préstame tu bazooka”, “Tú y cuántos más” y “¡Ya llegó su Juancho!”

El sonido de la banda tenía reminiscencias de José Alfredo Jiménez, Brian Eno violentado, The Crazy World of Arthur Brown (consulta la wikipedia o bien allmusic.com) y Los Panchos tripeados en mescalina (sin fines religiosos.) Esto daba un resultado sónico que evocaba una mezcla entre los Sex Pistols y Kraftwerk.

El siguiente paso se le ocurrió a Nicky (el cyber-geek), quien abrió, cómo no, un myspace. De inmediato Tom se hizo amigo de ellos.

Les faltaba, desde luego, un manager. Esto quedó resuelto en pocos días cuando Juan y Elbeto conocieron en la pulquería Nomás no llores de Tepepan a Medusa, una mujer vividita, con tendencias de amazona (no relacionar con Brasil) y a la que le encantaba el pulque de avena espolvoreado con canela.

Ahí mismo, en ese exquisito lugar de entretenimiento, firmaron un acuerdo en una servilleta con el cual Medusa se haría cargo de promover y hacer muy popular al grupo. Pactaron entusiasmados repartisrse las ganancias así: 90% para ella, 6% para gastos imprevistos, 2% para un fondo de ahorro y el 1% para la banda.

Tambaleantes, Juan y Elbeto salieron de la pulquería para intentar subirse al tren ligero. Medusa se quedó, pidiendo uno de apio y mirando con ojos de vaca sedada a un chamaco preparatoriano al que se quería comer en un ratito.

Mientras el grupo ensayaba y afilaba las asperezas de su sonido todos los días, Medusa habló con quienes tenía que hablar, les hizo lo que ya sabía era de rigor y como además le debían un montón de favores (los cuales ahora no es el momento de mencionar) JUANCHO Y SUS TRAGABALAS entraron al estudio para grabar lo que sería su primer y único álbum ¡Ábranla que llevo bala! (Lo ocurrido en esas tortuosas horas en el estudio lo podrán leer en la biografía que está por publicarse del grupo.) La rola “Zopilotito, Zopilotón” fue la que se pensó tocar en la radio para ganarse el gusto de la gran familia mexicana (mucho más canija que la michoacana) y la seleccionada para el video-clip fue “¡Cállate el hocico!”

Como no resultó fácil (más bien fue imposible) que los invitaran a la tele y que tocaran sus rolas en alguna estación de radio (ya no tenían lana para la payolota y Medusa estaba muy “vista” entre los caciques mediáticos) optaron por tocar donde se pudiera.

Planearon la gira TRONADERO DE CHICHARRONES 2009 y fue así como surgió la leyenda de Juancho y sus Tragabalas. Causaron sensación en ciudades y pueblos porgran parte del estado de Guerrero. La prsentación del CD y su primera actuación en vivo tuvo lugar en el Hotel Caleta de Acapulco, donde habían conseguido (un intercambio que logró Medusa) usar la terraza sobre el mar la cual, para eventos especiales, puede alojar a unas 1000 personas. El evento fue un exitazo, el 95% del público eran conocidos, en especial gente de Zumpango del Río. Vendieron 70 discos y se dieron cuenta de que les faltaba una canción porque la gente les gritaba “¡otraotraotraotra…!” cuando dejaron de tocar. Por eso compusieron “ Nunca vamos a ganar un Mundial”, que tuvo mucho pegue, por el coro que decía “¡Golaaaaazzoooooo!” y el estribillo “jugamos como nunca, perdimos como siempre…”

Como un par de Alka-Seltzers echados en un vaso con agua mineral, la popularidad del grupo fue una eferevscencia incontenible en la región. A continuación menciono sólo algunos de los sitios cuyos habitantes enloquecieron (algunos ya están en tratamiento psiquiátrico y van bien) tras verlos y oírlos en vivo: Chilpancingo, Xochipala, Apaxtla de Castrejón, Xaltianguis, la tocada en Cueva del Agua (algo que recordó las presentaciones de Hawkwind en Stonhenge), Ocotillo, El Platanillo, La Venta, Paso Limonero y en El Quemado, donde lamentablemente empezó la pesadilla.

Un malentendido: con lo de las entradas, el mentado “cover”. Medusa se puso muy gallita (ni modo que decir gallina) con el organizador, quien era un jefazo del Crimen Desorganizado en Guerrero (el estado, no la colonia). El decía que habían pagado su entrada 18 lugareños cuando, según Medusa, habían sido más de dos mil. La discusión subió de tono al momento en que Juan pasaba por ahí y alcanzó a ver al tipo darle un empujón a Medusa, seguido de un grito de quién sabe qué “pinche vieja”… Juan explotó, y eso que no estaba enamorado de ella, pero algo le pasaba con las tachas cuando las mezclaba con chilate con ron (el chilate es típico de la Costa Chica guerrerense) que lo ponían entre meloso y jusiticiero. Prevaleció en aquél momento lo justiciero y Juan medio mató a golpes al tipo. Cobraron lo correspondiente a las 18 entradas y salieron hechos la raya rumbo a la carretra federal 200. Lamentablemente su transporte no estaba a la altura de las circunstancias.
Medusa había logrado un muy buen descuento en el alquiler de un camión Chevrolet 3500, con motor Vortec V8, cinco velocidades (de las cuales ninguna ayudaba para salir de apuros), con sólo algunas raspaduras, pero ya muy traqueteado y el motor V8 parecía en esos momentos de angustia más bien un V menos 20. Además, el chófer era Flu, el saxo, a quien no le gustaba mucho la velocidad acelerada y menos tras meterse quién sabe qué cantidad de benzodiacepina que tomaba para superar su grave stage fright. Por más que sus compañeros le gritaban no le pisaba más duro al fierro.

Pasando el entronque de la carretera federal 200 con la 186, a la altura de Atoyac de Álvarez (la tierra de Lucio Cabañas) oyeron unos como cohetes y abejas que zumbaban pasándoles rapidísimo. El problema es que no eran ni cohetes ni abejas sino balas. Por el retrovisor Flu vio que se les aproximaban rápidamente unas camionetas Silverado. Quién sabe cómo, Medusa lo quitó del volante y ella tomó el control del vehículo. Ahora sí, acelerando a fondo.

Prosiguió una peliculesca persecución (en momentos como en cámara lenta, pero real, porque esa zona de la sierra guerrerense es retrechera.) Sus persegudiroes eran gandallas pero brutos (por eso no cuajaban aún como crimen organizado) y eso estaba ayudando a Juancho y sus Tragabalas.

Ceñudo y recio a lo Charles Bronson, Juan sacó de un estuche de teclados un lanzacohetes M136 AT4, de fabricación sueca (la vida es una caja de sorpresas) cuyos proyectiles alcanzan en menos de un segundo 250 metros y perforan blindajes de hasta 400 mm. Abrió fuego y a la primera reventó una de las Silverado. Nacha se quejó del estruendo pero nadie le hizo caso. La plomiza que les caía comenzó a hacer clink-clank en el camión cuando Juan volvió a disparar y convirtió en una bola de fuego otra camioneta enemiga, y eso que los jaloneos y curvas cerradas estaban tremendos. Ya nada más quedaba otra unidad persiguiéndolos, una Cherokee con tumbaburros y faros de halógeno, desde las que empezaron a dispararles con un lanzagranadas M203-A1. Afortunadamente, no era un arma de repetición automática y entre granadazo y granadazo iban librándola porque los otros tenían muy mal puntería o iban ebrios.

No fue mayor problema para Juan mandarle otro obús a la Cherokee para hacerla volar por los aires. Así, ya nadie los perseguía más.

El triunfo suele subírseles mucho a la cabeza a algunas personas y por eso hacen tonterías. Mientras Nacha besaba puercamente a Juan y los otros integrantes del grupo gritaban eufóricos, Medussa pisó más a fondo el acelerador y tomó rumbo a Tierra Colorada para tomar la carretera 95 que ya por ahí la conocen como la Autopista del Sol.

El Chevrolet 3500 pareció contagiarse del entusiasmo que reinaba en su interior y puso de su parte demostrando que aún le quedaba un segundo aire. Atravezaron Chilpancingo ya como a unos vertiginosos 120 km/h. Medusa, que no veía bien de noche (y a las 4.27 A.M sigue estando obsuro en esa zona, aún en horario de verano) vio que se acercaban velozmente a una estructura que, primero le pareció como algo muy moderno, luego como algo interesante y luego como algo peligroso y justo en ese momento, asustada, perdió el control al entrar al Puente Mezcala.

El Chevrotel 3500 salió volando, pero como no era avión muy pronto entró en picada para acabar hundiéndose en las prietas aguas del río Mezcala. Como dicen en los noticieros “no hubo sobrevivientes” y lo más extraño es que tampoco se recuperó ni uno sólo de los cuerpos.

Así nacen las leyendas.

La hermana de Medusa, Gorgona, tenía una copia de los masters del único disco que lograron grabar Juancho y sus Tragabalas ¡Ábranla, que llevo bala! Irónicamente, como suele suceder con el capitalismo necrofilico, el disco empezó a venderse como pan caliente (es decir, barato, a ciertas horas y en cantidades suficientes para alimentar a cualquier familia, con todo y caprichos.) La rola “Zopilotito, Zopilotón” le dio la vuelta al mundo (por un eror de envío de Federal Express.) Hoy en día Gorgona y su pareja darketa Morgana viven como reinas de la noche en mero Acapulco, gracias a los dineros que han sabido exprimir de Juancho y sus Traga Balas.

Así pues, jóvenes aspirantes al estrellato rockero, no olviden las palabras de Hunter Thompson: “El negocio de la música es una cruel y superficial trinchera monetaria, un largo pasillo plástico donde ladrones y padrotes se mueven con libertad y los buenos hombres mueren como perros. También tiene su lado negativo.”

www.myspace.com/capitanpijamayasociados

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